Saber prudencial: la clave silenciosa del liderazgo. 😉

En tiempos de inteligencia artificial, lo que abunda son los datos pero lo que escasea es la claridad. Información hay en todos lados, pero no siempre hay claridad sobre qué se debe hacer, y mucho menos desde la Dirección.

Un director/a de un negocio no está para administrar el presente, para eso traemos un supervisor, la Dirección se ocupa de generar futuro, y para hacerlo hay muchas habilidades relevantes aunque una sobresale por encima de todas las demás: el buen juicio, esa madurez que permite decidir qué es lo que sí se debe hacer y qué es lo que no.

Dirigir es enfrentarse a la realidad, pero también crearla, no se trata sólo de anticiparla sino de provocarla, primero, comprendiéndola con objetividad y luego, transformándola con intención, pero ¿cómo saber si lo que se quiere hacer funcionará? La verdad es que no lo sabremos. A menos que se trate de un proyecto de ingeniería con cálculos exactos —y aún así, siempre habrá incertidumbre—, lo más probable es que los planes cambien en el camino; entonces, lo que puede aumentar nuestras probabilidades de éxito es hacer un buen trabajo previo: analizando a fondo cada elemento de la situación, comprendiendo cómo las partes se relacionan entre sí, y tomando decisiones con determinación y perspectiva.

Esas capacidades, de análisis, síntesis y toma de decisiones, no se aprenden en un curso, se forjan en la práctica, en el perverso juego de prueba y error, y se cultivan intencionalmente, alimentando entre todas una facultad mayor: el saber prudencial, ese buen juicio que da sentido al liderazgo, la capacidad de discernir con claridad lo que se debe hacer a continuación. A diferencia de un colaborador que opera bajo un orden establecido, el director/a debe crear ese orden, y para hacerlo ocupará estrategia, imaginando el futuro y construyendo las capacidades organizacionales para alcanzarlo, pero ocupará sobre todo de saber prudencial porque, en principio, lo más difícil no es saber cómo hacer algo, es saber qué se debe hacer.

Un director no sólo hace lo importante, decide qué es lo importante, el valor de su función no radica precisamente en saber ejecutar sino en asegurarse de que lo que se ejecuta es lo correcto, lo que justifica a la es que no siempre tenemos claro si el camino que llevamos nos llevará a donde realmente queremos ir.

Por eso debes cultivar el saber prudencial, hazlo en tres pasos concretos: siempre diagnostica, observando las situaciones con objetividad y trayendo la mejor calidad de información a la mesa; siempre crea opciones y analízalas, proyecta escenarios, sopesar riesgos y consecuencias; y siempre actúa con rapidez y mantente cerca de la ejecución: actuando con determinación y dando seguimiento con la apertura a ajustar y con la voluntad para sostener el rumbo.



El imprudente omite uno de estos pasos, actúa sin diagnosticar, decide y se mueve con una sola opción o se desentiende de la ejecución, pero ninguna organización prosperará bajo un liderazgo imprudente. La prudencia no es precaución excesiva, es saber actuar con decisión pero con fundamento, midiendo el contexto, los recursos y el impacto, es intentar mantener la claridad cuando todo a tu alrededor es poco claro.

En la era de la hiper-información, no se trata de saber más, se trata de saber mejor, cultiva tu saber prudencial, tu organización lo necesita y tu equipo lo merece, hazlo con Maestría.

Fe y oficio.

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Planea con ventaja: haz la danza de la lluvia. 😉